jueves, marzo 21, 2013

Mi Perséfone (II)



Me acerco a ti. No es éste el modo en que lo había planeado.

Había pensado en las flores, en las bicicletas, en las tardes frescas de verano, en los atardeceres; pero me acerco a ti en la primavera temprana disfrazada de crudo invierno, en la soledad de la madrugada, en lágrimas sin paz.


No quiero verte así, quisiera tu mirada cristalina, tu vida, tu calor. No quiero tu último suspiro. No me malinterpretes, lo quiero todo de ti, pero deseo tu calor más que ninguna cosa, y a veces es eso lo que me hiere tanto, imaginar que camino sobre algunas de tus pisadas. Y duele, no porque sean las mías, sino porque una vez fueron las tuyas y yo no estuve allí -nadie lo estuvo- para cogerte de la mano y llevarte hacia un lugar distinto.


Tal vez todo se resuma en una sola cosa: sentir que estás viviendo una vida que en realidad no es tuya, saberte en territorio de otros, o de nadie.

Pero no quiero verte ahí, quiero tus manos tibias y tu valentía. Tu frente pálida y tu olor, que siempre trato de llevar conmigo.


Quisiera regalarte una niñez y contener el mundo en una risa tuya. No queda nada más detrás de eso; ahí están los pájaros y los tritones, y el trigo seco que te pica en las piernas. Ahí estás tú, eso es todo.

El infinito, el sol, tus ojos navegables. 
Tu dulzura.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Hello. And Bye.