Eran las ocho menos veinte, no había mucho tiempo. Un hombre en dirección inversa gritó guapa al cruzarse con ella. Olía a mañana de verano, era casi verano, y se le erizó el cuello de pensarlo.
Tenía los ojos rasos cuando dejó la bici, y una emoción ambigua que le colmaba el pecho y el paladar de agua. Era su último día, y no tenía bolsillos suficientes para guardar en ellos los momentos precisos y el sabor de la despedida.
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