No, no, no... mi estado mental no me permite este desliz.
La máquina bombea, y está agotada.
A veces odio el hilo, el hilo rojo del que tal vez solo yo sigo sujetando un cabo.
Mis equivocaciones, mis palabras, mis actos, mi cobardía, mi miedo.
Y de nuevo mis obsesiones.
Mismas ideas, mismas palabras, misma sensación de fracaso.
El día de la marmota. Un sinsentido.
Todo golpea mis sienes. Las machaca, las destroza.
Lo que nos une. Lo que nos destruye. Lo que nos separa para siempre. Una eternidad tan efímera como dos lunas.
Alguna vez la culpa me da tregua y veo otras realidades que también nos cambiaron para siempre. Verbos y acciones que no me corresponden.
Y esas y estas palabras, todas esas palabras regurgitadas. Esas palabras encriptadas en glifos desgastados. Todo. Todo: la energía transformada en dióxido de carbono para atraer a esos mosquitos que me roban el sueño.
Todo el tiempo perdido, o invertido en hacer malabares de ausencia...
Sentidos dedicados a la infelicidad y la nostalgia. Sentidos amputados por mí misma. El hielo...
Soy una miserable, pero una miserable con memoria y cansada de errar, en todas sus acepciones.
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