domingo, marzo 17, 2019

A menudo me acuerdo del nosotros, y no sé si esas veces tintinea alguna campanita en Santa Fe, pero sé que he estado tan perdida que muchas veces ni tan si quiera me reconozco en mis propias palabras. Me leo, como releo a otros, veo películas o visito lugares que alguna vez he andado antes, pero vuelven a mí por vez primera. La desmemoria de la desmemoria, como un fractal ingenuo que alimenta la confianza ciega en las palabras de los otros. 
En estos meses me he bebido a mí misma. Ya no sé dónde comienzo y termino. Ya no sé en qué momento me perdí, pero sé que ahora, a veces, de forma momentánea, consigo sentir que sigo aquí, en algún pliegue de mí misma; y cuanto más me encuentro, más siento que puedo, al fin, ser encontrada. 
Hay pellizcos que duran toda la vida. Manos que no se olvidan. Pieles que permanecen grabadas como en piedra. Miradas que perviven a pesar de todo eso en lo que vamos transmutando el alma. 
Solo sé que hay momentos que durarán por siempre, a pesar de la distancia, a pesar del tiempo, a pesar de las palabras o de la ausencia. Y hay olores que te devuelven, y hay canciones que atropellan al olvido y al dolor, e incluso al miedo. 
Sé que para encontrarse hay que perderse y, de momento, eso me sirve para seguir en pie y para no perderme en el baúl oscuro de la desesperanza. 
También sé que hay vínculos que se retuercen en el tiempo más allá de lo que nadie puede comprender, que se disocian en partículas que viajan como ínfimas moscas de papel frente a un ventilador y se dispersan en un caos meticuloso para después posarse en el lugar preciso y en el momento idóneo en forma de reencuentro y, de momento, eso me sirve para respirar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo mas cerca,de la verdad