Ha llovido un poco. Esta mañana, al bajar las escaleras del hotel, he sufrido una torcedura en el pie y he dado de bruces contra el suelo. Ahora, inmovilizado, desde la ventana contemplo el lago y el cielo gris, encapotado. Anita Febrer murió el mismo año que Juan Maragall; tendría ahora sesenta y ocho años. Murió en Almería. No queda apenas nada de su tiempo, y el balneario está hecho una ruina. No existe nada. Ha desaparecido también aquella brillante sociedad que amaba a los poetas del país y a la que los poetas del país daban algo que se recibía con agradecimiento. Cada vez existen menos cosas y caminamos con tesón hacia la nada. Es triste.
Como pueda, trabajosamente de seguro, voy a bajar al hall a recoger los periódicos y a fumarme un cigarrillo. Sigue, desde luego, lloviendo.
Como pueda, trabajosamente de seguro, voy a bajar al hall a recoger los periódicos y a fumarme un cigarrillo. Sigue, desde luego, lloviendo.
Juan Perucho
Fragmento de Anita Febrer, o un vago murmullo sobre el agua, allá donde empieza o acaba la poesía.
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